Hace un par de años me hablaron de un hombre apasionado por la Ciudad de México, que había escrito un libro acerca de más de cien lugares poco conocidos de la urbe y organizaba viajes artesanales, todo esto de forma independiente. Desde entonces, Edgar Anaya me causó asombro y sin duda ha sido una de las personas más admirables que he tenido la fortuna de conocer.
Nos presentó nuestro querido Vicente Quirarte, en la Hemeroteca Nacional de la UNAM, y recuerdo la emoción del periodista cultural cuando descubrimos pasiones comunes, recuerdo su generosidad al aceptar una entrevista y su alegre forma de hablar sobre los secretos de la capital mexicana.
Acordamos reunirnos en su casa, para después grabar la entrevista en la pulquería "La Victoria". Compartimos un momento feliz, en el que Edgar contó su historia, mostró su “Ciudad Desconocida” y narró esa gran anécdota donde fue a tocar la puerta de la casa de Elena Poniatowska para pedirle que escribiera el prólogo de su libro.
Desde entonces nos mantuvimos en contacto, siempre me hablaba en vísperas del año nuevo y me contaba nuevas historias sobre Mexicorrerías, sobre los planes que tenía y todo lo que podíamos hacer para contagiar nuestro amor por México y su cultura. Hace poco compartimos una comida en Santa María la Ribera, mientras me contaba entusiasmado sobre el libro que estaba escribiendo. Cuando platicaba con él, me dejaba reflexiones profundas y en esa ocasión me hizo pensar mucho en el valor de la vida, en hacer lo que verdaderamente disfrutas, junto a quienes más quieres.
Nunca imaginé que esa sería la última vez que me haría sentir que todo es posible, no pensé que no habría tiempo de tenerlo como invitado en Ciudad Literaria, ni que no podríamos compartir un viaje, un pulque, otra comida. Antes de la pandemia ya habíamos platicado sobre múltiples colaboraciones, lugares por visitar y cosas por hacer…
La semana pasada, recibí con una profunda tristeza la noticia de su fallecimiento repentino. Aunque voy a extrañar todo lo que fue y lo que ya no pudo ser, siempre le recordaré con admiración y cariño porque Edgar Anaya era una de esas personas que viven con gran pasión y que disfrutan del paso transitorio por el mundo. Lo despedimos en el panteón Jardines del Recuerdo, entre lágrimas inevitables, anécdotas memorables, rodeado de viajeros, familia, amigos que le seguimos admirando, queriendo, que agradecemos su legado y su forma de iluminar pedazos significativos de nuestra existencia.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y hay gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende. — Eduardo Galeano, El libro de los abrazos
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